Nada hacía presagiar que después del fracaso comercial que resultó Alien 3 (1992), David Fincher iba a convertirse con su segundo film en un referente del nuevo cine hollywoodense.
Siguiendo con ese gusto por los ambientes góticos (dos aspectos que sustentan el cine de Fincher es la ya mencionada tendencia a las historias tenebrosas, y el otro es el fuerte impacto visual de su obra), este director estadounidense nos regaló una película dura e inquietante que se mueve entre el cine negro y los thrillers psicológicos.
Pecados Capitales narra la historia de William Somersert (Morgan Freeman), un detective a punto de jubilarse, y su compañero David Mills (Brad Pitt), otro detective que recien se inicia en la carrera. Somerset y Mills se mueven en una ciudad gris -en la que parece no dejar de llover nunca- tras la pista de un asesino en serie (Kevin Spacey) sádico y metódico que para acabar con sus víctimas se basa en los siete pecados capitales.
A medida que el film avanza, nuestra imaginación vuela por los rincones más oscuros de nuestra mente, hurgando en los miedos y jugando con el morbo. Todo el ambiente de Pecados Capitales es claustrofóbico y tortuoso. La ciudad se convierte en un espacio de pesadilla y decadencia humana.
De esta atmósfera insana se destila un pesimismo existencial que se erige en el final del film (tan calculado e inteligente), arrastrando una pesada carga de tragedia. Y es con esta película en particular que David Fincher nos habla de los peores estigmas de nuestra sociedad.
En definitva, una OBRA MAESTRA.
sábado, 22 de mayo de 2010
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