Tras cuatro años sin disco de estudio y los fans de la banda tirándose de los pelos, por fin apareció el nuevo trabajo de los nueve maníacos enmascarados de Iowa.A una década de aquél salvaje debut homónimo, al que le siguió su segundo y más visceral álbum, y el tercer volúmen, donde ya se iba notando una evolución y madurez muy significativas en su sonido. Dicha evolución ha seguido avanzando a través de los años, trayendo entonces su último disco hasta la fecha: el sobresaliente All Hope Is Gone.
Entre un disonante acople de guitarras surge, distorsionado, un manifiesto que va sumiéndonos con tensión en el caótico universo de la banda. Poco después, un contundente redoble de batería prepara el terreno para el siguiente tema, donde al completo ya es activada la maquinaria bélica de Des Moines.
El siseo enfermizo de los scratches rellena perfectamente los espacios entre los gruesos riffs y el terremoto de parches. Pero hay más, porque una de las sorpresas más gratas de este álbum es la inclusión de solos, y además ejecutados bajo la influencia de la escuela thrash en su estado más puro, dando forma a veloces punteos que recuerdan a los ataques míticos de Slayer.
También es notorio el uso del doble bombo y las demás técnicas típicas que definen al metal más extremo, adentrándonos en momentos que rozan los abruptos terrenos del death.
Los temas se suceden sin descanso, llevando la densa y sombría parsimonia de los versos a inesperados oásis melódicos en el estribillo, siendo así como más se luce el cantante (quien realiza un trabajo excepcional a lo largo de todo el LP).
Es para destacar también el artwork del álbum con esas sesiones fotográficas en las que los nueve músicos aparecen con gigantes máscaras como siniestros moais, deambulando por los frondosos campos de Iowa.
En definitiva, un disco que hace estremecer por su firmeza, con una sincronización que violenta tanto como embelesa. Y todo con una producción y un sonido de lujo.
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