Alejandra Pizarnik fue una poetisa argentina nacida en 1936 en la ciudad de Buenos Aires. Su obra pertenece a la corriente del surrealismo. Sus poemas tenían una temática nocturna, angustiada, y muy elaborada, con versos duros y directos.
En 1954 ingresó a la Facultad de Filosofía, donde estudió Letras, aunque hizo también una breve incursión en la carrera de Periodismo. No finalizó ninguna de ellas y buscando su verdadera vocación, hasta asisitió a un taller de pintura de Juan Batlle Planas.
Entre 1960 y 19644 vivió en París, madurando mucho como poeta. Estando allí trabajó para numerosas revistas de poesía y literatura americanas y europeas, como correctora de pruebas y traductora. Asimismo hizo amistad con pares como Julio Cortazar, entre otros.
Al regresar a Buenos Aires, publicó sus libros más reconocidos: "Los trabajos y las noches","Extracción de la piedra de la locura" y "El infierno musical". En 1968 obtuvo una beca y viajó por un breve tiempo a Nueva York y París. A causa de sus continuas depresiones y tentativas de suicidio, pasó semirrecluida sus últimos años. A mediados del '72 estuvo internada cinco meses en el hospital psiquiátrico Pirovano y en un permiso para pasar el fin de semana en su casa, se quitó la vida con una sobredosis de antidepresivos.
El infierno musical es una de las grandes antologías poéticas de la literatura argentina; y el mayor mérito de Alejandra consistía en estremecer a través del lenguaje, en despertar los sentidos del lector con aquella honestidad brutal que sobrevuela sus versos.
Pizarnik tiene numerosas composiciones cuya estructura es interrogativa. Formula preguntas a sus poemas, o a través de ellos, aunque la poesía no responda a los enigmas que se plantea. Este cuestionamiento de la relación entre la palabra y la vida se acentúa en estos textos. Los poemas son diferentes en su forma, pero mantienen siempre la misma calidad literaria.
El infierno musical es la búsqueda de la palabra exacta, que dijera lo que debía decir. La poeta concedía una importancia immensa a ese espacio -la página en blanco- al cual se enfrentaba; como utilizando una pizarra, donde elaboraba sus ceñidos poemas, ajustando el ritmo exacto, la forma que cupiera, a modo de pieza de un rompecabezas.
Pizarnik rueda en un desborde de palabras donde se pregunta o se condena a sí misma. El infierno musical evoca, muchas veces, a un espacio cerrado y agobiante, donde impera la sensación de asfixia... configurando así todo un mundo de horror y desesperación.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
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